Como en cualquier sistema parlamentario, lo que correspondía tras el fracaso de Benjamín Netanyahu en su intento de formar gobierno, es que el presidente convocara al segundo más votado en la reciente elección. Sólo si Benny Gantz también fracasaba intentando formar gobierno, el presidente Reuven Rivlin debía disolver el Parlamento y convocar a la repetición de los comicios.
Pero Netanyahu no le dio tiempo porque logró que la Knesset votara su autodisolución, impidiendo que el líder opositor tuviera la oportunidad que le correspondía de buscar acuerdos para poder gobernar.
Por primera vez en su historia, Israel deberá repetir una elección a pocas semanas de haber votado, porque el líder del Likud eligió el juego sucio de bloquear un posible gobierno encabezado por el general que lidera la coalición centrista Azul y Blanco. Con la emboscada parlamentaria que saboteó una posible administración de centroizquierda, Netanyahu dejó a la vista la desesperación que tiene por conservar el poder. Y esa desesperación no sólo estaría relacionada a sus ambiciones desmedidas. También tendría que ver con el temor de que alguna de las tres causas por corrupción que lo acechan termine llevándolo a la cárcel.
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Israel ya mostró que la Justicia puede ir a fondo, con el año y medio en la cárcel de Maasiyahu, Tel Aviv, que pasó el ex primer ministro Ehud Olmert por sobornos recibidos cuando era alcalde de Jerusalén, además de la condena a siete años de prisión por violaciones y abusos sexuales que se aplicó al ex presidente Moshé Katsav.
Netanyahu podría correr la misma suerte que Olmert y Katsav, o bien por los carísimos regalos recibidos de millonarios extranjeros, o bien por negociar favores con el diario Yediot Ahronot y con el influyente portal Walla, a cambio del apoyo de sus respectivas líneas editoriales a su liderazgo y su gestión. Concretamente, Netanyahu necesita seguir al frente del gobierno hasta obtener leyes que lo protejan de esos procesos judiciales. Para que no lo sienten en el banquillo de los acusados, necesita inmunidad parlamentaria y que la Corte Suprema no pueda quitársela por casos como los que se tramitan en su contra.
Fue precisamente esa, la causa por la que no pudo obtener el apoyo de partidos centristas para formar gobierno después de la última elección. Las formaciones moderadas con las que realizó consultas tras fracasar en su intento de reeditar la alianza con Israel Beiteniu (Israel Nuestro Hogar) y los partidos religiosos, se oponen a cualquier intento del primer ministro para tener impunidad.
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Sus antiguos socios lo habrían ayudado a conseguir un blindaje que lo preserve de juicios y condenas por corrupción. El problema es que el laicismo militante de Israel Beiteniu terminó chocando de frente con el fundamentalismo de los socios religiosos.
El partido que formó Avigdor Lieberman para canalizar la voluntad de los cientos de miles de judíos llegados desde la ex Unión Soviética, es una fuerza nacionalista marcadamente secular, que ya no estaba dispuesta a seguir demorando su proyecto de impulsar en la Knesset la reforma legal que obligue a los judíos ortodoxos a hacer el servicio militar como el resto de los israelíes.
Hasta ahora, los judíos ortodoxos tienen el injustificable privilegio de no cumplir con los tres años en el ejército que la ley impone a todos los hombres, con el inconcebible argumento de que no pueden ni deben interrumpir la actividad principal de los ortodoxos: estudiar la Torá y el Talmud en la Yeshibá.
Lieberman, que ya compartió varios gobiernos con partidos ultra-ortodoxos, parece dispuesto a iniciar una cruzada secularizadora que comienza enfrentando la eximición del servicio militar a los ortodoxos. En la primera batalla cayó herida la coalición que encabezaba el Likud.
La embestida de Lieberman es contra sus ahora ex-aliados del Shas, partido de los ultra-religiosos sefaradíes, y de Judaísmo Unido por la Torá, de los ultra-religiosos askenazíes. En estas luchas contra los fundamentalistas hebreos, el líder de los israelíes llegados desde Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Moldavia puede tener como aliados a los centroizquierdistas Meretz y Partido Laborista, así como a la fuerza centrista que lidera el general Gantz.
Incluso sectores del Likud podrían sentirse cómodos en una posición más secular, ya que ese partido nació expresando a la centroderecha laica. Y aunque comenzó a gobernar en alianza con partidos religiosos desde su primera administración, que es la que encabezó Menahen Beguin desde 1977, nunca había cedido tanta gravitación a los ultra-ortodoxos como en la década de Netanyahu.
Esa gravitación religiosa, conjugada con el agresivo nacionalismo expansionista de los halcones del Likud, opaca la imagen de Israel en el mundo y debilita la democracia que siempre distinguió a ese pequeño país entre los despóticos estados que lo rodean en Oriente Medio.
El diario socialdemócrata Haaretz, como muchos artistas, intelectuales y dirigentes centristas y progresistas, vienen advirtiendo sobre el debilitamiento de la democracia israelí. Al fin de cuentas, la mezcla de nacionalismo y religión va empujando a las sociedades hacia distintas formas de fascismo.
En las primeras décadas del siglo 20, el partido ultranacionalista Taisei Yokusankai enarboló el “Sintoísmo de Estado” y valiéndose de esa politización de la religión proclamó el “shintaisei” (Nuevo Orden), que fue la versión japonesa del fascismo.
La tendencia a valerse de la religión para construir poder político lleva décadas resurgiendo en todas las culturas. El partido Bharatiya Janata y su actual líder, el primer ministro Narendra Mori, están acentuando el carácter nacional-hinduista del movimiento político que ha desplazado al secular Partido del Congreso en el escenario político de la India. La politización del budismo lleva años en Sri Lanka, mientras cientos de pastores evangélicos luchan por el poder político en Latinoamérica.
Por cierto, ni falta hace señalar la desmesurada gravitación del Islam en los países musulmanes. Y la democracia israelí no está inmunizada contra esa patología de este tiempo.
El partido de Avigdor Lieberman profesa un nacionalismo de halcones, pero la secularidad y la defensa del Estado de Bienestar son posiciones que comparte con el centrismo que expresan Benny Gantz y las fuerzas del centroizquierda. ¿Se atreverá realmente a dar un paso hacia el centro, rompiendo definitivamente con los ultra-ortodoxos y dejando a Netanyahu en riesgo de perder el poder?
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