Hacinados, sin agua y mal alimentados: la vida de los migrantes en centros de detención de EE.UU.

«La locura es relativa. Depende de quién haya encerrado a quién en qué jaula». ― Ray Bradbury

Desde hace varios meses hemos recibido informes de condiciones inhumanas y obscenas en los campos de detención de inmigrantes en la frontera sur de Estados Unidos con México. Los miles de detalles sórdidos ya hacen parte de una mancha mayor en los valores colectivos del país; desfigurarán su reputación ante las generaciones venideras.

Un informe publicado el martes por el monitor independiente del Departamento de Seguridad Nacional encontró que el hacinamiento o las detenciones prolongadas en 5 centros en el Valle del Río Bravo en Texas representan «un riesgo inmediato para la salud y la seguridad» de los inmigrantes detenidos y violan las leyes sobre cómo deben ser tratados. Los inspectores del departamento visitaron las instalaciones en junio y descubrieron que los adultos estaban apretujados en celdas con espacio para apenas estar de pie y que los niños no recibían comidas calientes ni duchas.

Los inmigrantes obligados a asearse con paños húmedos o a subsistir con sándwiches de boloñesa han desarrollado estreñimiento y otros problemas médicos. Estaban tan desesperados por abandonar los centros de detención, según el informe, que al ver a los inspectores «golpeaban las ventanas de las celdas, gritaban, presionaban notas por las ventanas en las que señalaban el tiempo que llevaban en custodia». Los campos de detención, cuyo objetivo era retener a los inmigrantes por días mientras esperaban la deportación o la transferencia a instalaciones a largo plazo, ahora albergan a las personas por semanas enteras.

El informe del DSN aparece justo después de las declaraciones de varios miembros del Congreso (todos demócratas), quienes visitaron instalaciones en Clint y El Paso, Texas, y describieron condiciones igualmente miserables. Dos de los legisladores dijeron que los agentes de la patrulla fronteriza habían dicho a las mujeres migrantes detenidas que no había agua corriente y que debían beber de los retretes.

La semana pasada, Texas Tribune informó que aunque algunos inmigrantes en las instalaciones de Donna, Texas, describían el tratamiento como humano, otros retenidos en campos en McAAllen y Del Rio, Texas, no podían bañarse ni cepillarse los dientes. «No tienen las condiciones humanas para que las personas estén ahí», dijo un inmigrante al periódico. «Había más de 200 de nosotros en una sola jaula, sentados en el piso, de pie, como pudiéramos». La misma persona dijo que «el hedor de los retretes rebosados le causó arcadas y hacía a los niños vomitar».

A finales de junio, el New York Times informó que en las instalaciones de Clint no se proporcionaba a los inmigrantes cepillos de dientes, pasta dental o jabón. «Niños de 7 y 8 años, muchos con la ropa sucia de mocos y lágrimas, cuidan a bebés que acaban de conocer», escribió el Times sobre el campo de Clint. «Bebés sin pañales se hacen en los pantalones. Madres adolescentes usan ropa manchada de leche materna».

El año pasado, después de que la administración Trump lanzara su política de «cero tolerancia» con el fin de disuadir a los inmigrantes de cruzar la frontera sur acusándolos penalmente y separando a los niños de sus familias o sus cuidadores, el DSN no estaba preparado para manejar la crisis humanitaria que se avecinaba. El departamento, según otro de sus informes, mintió acerca de la «base de datos central» que supuestamente mantenía para hacer seguimiento a los niños separados de sus padres. Los agentes de la Patrulla Fronteriza de EE.UU. no informaban a los padres inmigrantes que serían separados de sus hijos hasta después de que ocurría, de acuerdo con el informe del DSN.

Algunos agentes de la Patrulla Fronteriza parecen satisfechos de realizar su trabajo con un enfoque racista y frío desde hace algún tiempo. El lunes, ProPublica, una organización investigativa de noticias sin ánimo de lucro, informó que un grupo secreto de Facebook para agentes actuales y retirados circuló publicaciones en los últimos tres años que incluían agentes burlándose de las muertes de los inmigrantes. Una publicación reciente compartida por el grupo incluía especulación sobre una foto muy difundida, tomada por la fotorreportera Julia Le Duc, de un padre migrante y su hija boca abajo en el Río Bravo. Un miembro del grupo se preguntaba si la foto había sido adulterada porque «NUNCA HE VISTO FLOTADORES COMO ESTOS».

El relato de ProPublica sigue a los informes del año pasado sobre la acusación del agente de la Patrulla Fronteriza Matthew Bowen por usar su camioneta para atropellar a un inmigrante al sur de Arizona. Los investigadores encontraron mensajes de texto en el teléfono de Bowen compartidos entre varios agentes en el que se refieren a los inmigrantes como «subhumanos», «pedazos de mierda salvajes», «frijoleros» y «guats» (peyorativo para guatemalteco). El abogado de Bowen dijo en una presentación ante la corte que las opiniones de su cliente eran comunes entre los agentes de la Patrulla Fronteriza. Los inmigrantes son «mierda subhumana desagradable que no merece servir de leña para un incendio», escribió Bowen en un mensaje. «¡POR FAVOR déjenos quitarnos los guantes trump!», escribió en otro.

El presidente Donald Trump, por supuesto, ha dejado que todos se quiten los guantes, incluido el joven xenófobo que moldea su política migratoria, Stephen Miller. La Casa Blanca ha hecho un gran esfuerzo por distraer de lo que implica esa política en el mundo real. Melania, la esposa del presidente, ha hecho mucho ruido con su campaña de “#BeBest Ambassador”, comprometida con mejorar «las vidas de los niños en todas partes». Ivanka, la hija del presidente, posa de defensora de las mujeres a nivel global. Ninguno de esos hermosos sentimientos se extiende a los niños y las mujeres inmigrantes enjaulados en la frontera sur.

Es posible que el presidente y Miller estén felices con el auge de esta crisis humanitaria, porque la ven como una herramienta útil para disuadir a los inmigrantes de viajar al norte para huir de las guerras del narcotráfico y las dificultades económicas de Centroamérica. Ciertamente no había una crisis en la frontera hasta que Trump y Miller empezaron a implementar su obra maestra.

Las capturas de inmigrantes indocumentados habían estado en un mínimo de décadas antes de la posesión de Trump. De acuerdo con el informe del DSN publicado el martes, 99.835 inmigrantes fueron capturados en el área del Valle del Río Bravo entre octubre de 2017 y mayo de 2018; la cifra fue de 223.263 durante el mismo periodo un año después. La administración Trump no ha podido manejar ese aumento masivo y evidentemente los centros de detención no pueden absorber cantidades tan enormes de personas.

La conciencia del país tampoco debería seguir absorbiendo estas obscenidades y estos crímenes. El martes, un juez federal ordenó a los abogados de los inmigrantes y del gobierno federal resolver una disputa sobre permitir a médicos y expertos en salud independientes inspeccionar instalaciones de detención en Texas, incluidas las del Valle del Río Bravo. Es parte de una acción judicial que busca sancionar al gobierno por romper la ley en los campos. Como con mucho de lo que pasa en la administración Trump, en últimas puede depender de la ley –no del Partido Republicano del presidente ni de la decencia– frenar la guerra de la Casa Blanca contra los inmigrantes.

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