A pesar de tratarse de una derrota largamente anunciada, el secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, no pudo evitar una expresión de desazón en su rostro cuando la primera votación sobre su investidura arrojó 124 votos a favor, 170 en contra y 52 abstenciones. En ese momento, el líder socialista tomó conciencia que se encuentra emparedado entre dos serios inconvenientes, con sus respectivos dolores de cabeza.
De un lado, el temor – aunque las quinielas vaticinan que finalmente habrá investidura, el jueves próximo o en septiembre – a una repetición de elecciones el próximo 10 de noviembre por no haber podido cerrar acuerdos con Unidas Podemos y el resto de las formaciones de izquierda, con el desgaste político que dicho fracaso representa; y del otro lado, la escenificación que sus colegas parlamentarios hicieron de la nada, o muy poca, fiabilidad que les genera, tanto entre sus principales adversarios políticos (Partido Popular y Ciudadanos), sus potenciales socios – comenzando por Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos – y, en no pocos dirigentes históricos de su propio partido.
Sánchez llama a sellar histórico pacto de izquierda en España
La historia cuenta que en la noche del 28 de abril, con el 28% de los votos y 124 escaños (la mayoría absoluta está en 176) conseguidos, Sánchez, y muy a pesar de las matemáticas, pensó que la investidura iba a ser un apacible paseo. Tanto, que tardó unos 80 días en dar comienzo a las negociaciones con Unidas Podemos, su socio preferente para hacerse con otros cuatro años al frente del Gobierno.
Superviviente político, pero también dueño de una fuerte dosis de soberbia, Sánchez, en lugar de seducir a Iglesias, lo maltrató en las pocas reuniones que mantuvieron. Incluso llegó a vetarlo como futuro ministro de su Gobierno, lo que obligó al político “de la coleta” a dar un paso al costado y renunciar a entrar en el gabinete con tal de alcanzar el momento del apretón de manos.
Sin duda un gran acto de generosidad política, pero, también hay que decirlo, una generosidad envenenada, ya que el profesor de ciencias políticas de la Complutense no sólo buscaba desatascar las negociaciones, sino dejar en evidencia la poca predisposición del líder socialista a asociar su nombre con una formación muy mal vista por los poderes económicos, como también por una parte importante del electorado.
Así las cosas, desplantes mediante, Sánchez e Iglesias se la juraron a su manera. Sánchez desde su altivez. Iglesias desde la humillación. Dos machos alfa de la política chocaron con virulencia sus cuernos por un pedazo de poder. El durísimo enfrentamiento se produjo en el debate de investidura. O lo que es lo mismo, la verdadera y postergada negociación en serio entre los dos partidos llamados a entenderse para que la izquierda siga gobernando, se hizo a plena luz, con taquígrafos y ante el estupor del resto de diputados y público que seguía el debate por televisión.
En medio de este intercambio de golpes, Iglesias le propinó a Sánchez un tremendo derechazo cuando reveló desde la tribuna de oradores todos los noes de los socialistas a las pretensiones de Unidas Podemos, argumentadas éstas en la proporcionalidad de los escaños conseguidos.
Lo cierto es que después de que Sánchez aceptara el gobierno de coalición, cuando en un principio pensaba en un gobierno de colaboración; y después de la renuncia de Iglesias a entrar en el Consejo de Ministros, no existía un solo votante progresista que pudiera entender un fracaso. Pero todo, hasta lo que no está escrito, puede suceder en la política española, sobre todo si el postulante al principal sillón de la Moncloa carece de fiabilidad, basada en gran parte en su indefinición ideológica, aunque se declare de izquierdas en cada ocasión que se le presenta.
La meteórica trayectoria política de Pedro Sánchez, vencedor de la elección
El problema para Sánchez es que a los políticos se les juzga por lo que hacen no por lo que dicen. Y la historia política del madrileño es un péndulo que pasó tanto por decisiones neoliberales – como la modificación del artículo 135 de la Constitución que estableció la prioridad del pago a los acreedores frente al resto de las obligaciones del Estado – como el fomento de leyes sociales de clara orientación progresista. Sus críticos dicen que cambia de sombrero según la ocasión, entre ellos, Iglesias. De ahí, independientemente del deseo de tocar poder, el líder español, cercano al kirchnerismo, está convencido que el ingreso de su formación política al Gobierno evitaría desviaciones hacia la derecha.
En efecto, Sánchez cuenta con una envidiable capacidad para transitar dos caminos paralelos a la vez. El escritor y poeta Benjamín Prado, en un artículo publicado en Infolibre, describió esa cualidad echando mano a una creencia bíblica: “Que baje Dios y lo vea si realmente se le puede llamar “negociar” a ofrecerle una coalición a Unidas Podemos mientras le suplicas una abstención al Partido Popular y Ciudadanos, de hecho, muy parecida a la que él se negó a darle a Rajoy, prefiriendo renunciar a su acta de diputado.
Quizás para la ambigüedad en la que se mueve Pedro Sánchez, Pablo Iglesias es “demasiado” de izquierdas, lo que le puede acarrear problemas a la hora de hablar de política fiscal o del conflicto catalán, cuyo pico de tensión se espera para septiembre cuando se conozca la sentencia de los políticos independentistas encarcelados acusados de rebelión.
¿O hay una cuestión de celos, como algunos analistas políticos se animan a aventurar? “La verdad es que viendo el nivel de los oradores de este primer asalto, uno se pregunta si es comprensible que en Ferraz (sede del PSOE en Madrid) se permitan el lujo de prescindir de un aliado como Iglesias, ayer de nuevo el más claro, más directo, menos demagogo y más de izquierdas de todos los que subieron a la tribuna. Aparte de que tenerlo en el Consejo de Ministros sería una forma de poner en su sitio a las famosas cloacas del Estado, que lo espiaron y calumniaron, para demostrar que en ocasiones no ganan los malos”. Licencia poética del poeta.