Brújula para navegar aguas inciertas

El mundo se ha convertido durante los últimos años en un agitado océano de incertidumbres, en el que las cartas de navegación que conocíamos se han vuelto obsoletas y exigen ahora, en particular a países tan expuestos a las relaciones externas como la Argentina, definir un rumbo que atienda sus intereses estratégicos sin dejarse llevar por vientos ajenos que hoy soplan cruzados.

La agenda exterior argentina está siendo impactada de lleno por cambios globales que se verifican, algunos, por encima de los Estados, como la esclerosis del multilateralismo, la falta de orientación de la gobernanza global y la desenfrenada carrera tecnológica.

Además, están los impactos globales que provocan los particulares procesos internos de algunos países, como el atrincheramiento de Estados Unidos y el ascenso de China.

Y luego, los cambios que suceden fronteras adentro en todo el mundo, donde se multiplican las crisis de los sistemas políticos tradicionales y surgen nuevos liderazgos personalistas.

Una nueva disputa, entre “soberanistas” y “globalistas”, resume el estado de cosas: entre los que aspiran a retener los esquemas tradicionales, y son la principal fuerza de inercia política de lo conocido, y los que se abrazan a un cambio inevitable –y deseable– como parte de una transición que nos lleve a un mundo más interconectado.

Asistimos hoy a un diálogo de sordos entre las dos vertientes. Los globalistas solo ven proteccionismo por todos lados, ven a necios incapaces de aceptar las ventajas comparativas y las puras bondades del libre comercio.

Los soberanistas solo ven economistas y tecnócratas esclavos de modelos que ignoran lo complejo que es el mundo como mosaico de culturas e identidades.

Resultado: un mundo plagado de divisiones internas, miopía en los diagnósticos y reacciones exclusivistas.

Ahí está el caso de Donald J. Trump en Estados Unidos y experiencias en espejo en la región, de México a Brasil pasando por Venezuela. Pero también el Brexit y los euroscépticos, el nuevo liderazgo del Partido Comunista chino, el renacido nacionalismo japonés y una India abierta a los mercados con una impronta de fundamentalismo religioso.

¿Qué hacer desde Argentina? A estas alturas, “estar en el mundo” es una obviedad estéril. Para evitar caer en aquellos remolinos globales, todos los sectores de la política nacional deberán forjar un consenso básico que opere como brújula en estas aguas inciertas y siga las coordenadas de una política exterior sólida y estable que nos lleve a una inserción lúcida de nuestro país en el mundo.

Aquí, proponemos algunas:

Sí al multilateralismo. El orden surgido de la Segunda Guerra Mundial parece desmoronarse y sus instituciones económicas, financieras y comerciales caen bajo cuestionamientos por su lentitud e incapacidad de adaptación.

Sin embargo, el valor del multilateralismo sigue vigente. Es la mejor vía para que los países con menos poder limiten la discrecionalidad de los grandes.

Instancias como la ONU ofrecen, aun hoy, un marco básico de previsibilidad. Problemas como el cambio climático, las migraciones o el crimen organizado aceptan solo respuestas globales.

Más integración regional. El escepticismo del ciudadano común se acentúa por la multiplicación de organizaciones regionales discordantes, hasta 16, que distinguen entre sudamericanos y latinoamericanos, atlánticos y pacíficos, todo al ritmo de marchas y contramarchas, autocratismos y democracias, derechas e izquierdas.

Con todo, América Latina ha persistido en su integración, con un envidiable piso de lucha por los derechos humanos, democracias constitucionales, una paz sin grandes conflictos interestatales y libre de armas nucleares.

Desde ahí, Argentina puede abogar por convergencias seguras que no exijan a nadie perder su identidad.

Escenarios como el de la actual guerra comercial solo debilitan más a las naciones en desarrollo. Argentina necesita coordinarse con países como México y Brasil, Uruguay y Chile, para abordar concreta y rápidamente sus potencialidades y desafíos comunes, sin esperar los vaivenes de Estados Unidos o las iniciativas de China en la región.

El falso dilema EE.UU.-China. La puja entre las dos mayores potencias involucra la disputa por recursos mundiales escasos, como el petróleo y el gas no convencionales (Vaca Muerta).

Argentina necesita un manejo cuidadoso y positivo de las relaciones con ambas potencias, pero reconocer sus demandas no excluye una estrategia propia para administrar nuestras riquezas. Si se nos permite, debemos ejercer una tercera posición 2.0.

Ese juego requiere administrar los déficits comerciales, diversificar las relaciones económicas con China y sortear el proteccionismo de EE.UU.; direccionar las inversiones (infraestructura y energía) y resolver el serio problema del endeudamiento, con China vía swaps y con un FMI tutelado por Washington.

Evitar los riesgos de la reprimarización. Una palabra difícil sintetiza el riesgo de navegar arrastrados por otras corrientes: reprimarización. Esto es, volver a ser granero (o ahora, también, pozo hidrocarburífero) del mundo, trocando nuestro desarrollo por ingresos de riesgo y cediendo la primacía al sector financiero.

De toda América Latina, el caso más espectacular de reprimarización y desindustrialización es Argentina: la participación de las manufacturas en el PBI cayó como en ningún otro país de la región en la última década.

Hay que reconfigurar los vínculos con la economía mundial, pensar en qué circuitos y cómo insertar en las complejas cadenas globales de valor una Argentina diversificada y desarrollada.

Diplomacia sin secretos. Argentina arrastra el mal del “secretismo” en asuntos internacionales, lo cual se combina ahora con un desencanto global con los partidos políticos.

Una política exterior que siga blindada a los ciudadanos recibirá más desconfianza por parte de la sociedad.

Es preciso abrirse a los ciudadanos para construir consenso en torno a una agenda exterior, inseparable de la nacional.

La IV Revolución Industrial. La tecnología que hoy nos fascina, como el 5G, implica una gran disputa de poder global. Quien más sepa, más poder tendrá. La innovación es un elemento central de influencia internacional.

La política exterior argentina debe tenerla como eje transversal pensando en sus empresas y en sus ciudadanos.

Malvinas y Antártida como política de Estado. La cuestión Malvinas exige una política consensuada, de fondo, permanente y excluida de la competencia electoral. Al margen de su justicia, no advertir su dimensión geopolítica y económica puede afectar el desarrollo del país y su apropiada inserción regional y global.

Argentina lleva 115 años de presencia ininterrumpida en la Antártida. Es hora de relanzar una política nacional antártica para consolidar una visión bicontinental.

En conclusión, Argentina necesita una mejor política exterior, menos volátil, más integral, más rigurosa, más regional y actualizada.

Como política pública, la política exterior es una herramienta esencial para mejorar la vida de los ciudadanos. Desaprovecharla, en este contexto de reconfiguración del poder global, es –por lo menos– imprudente, y pernicioso para el interés nacional.

*Presidente de Fundación Embajada Abierta.

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