Andrés Serbin: «Existe un cuestionamiento hacia la primacía del dólar a raíz de las sanciones impuestas a Rusia»

La política internacional del siglo XXI no se trata de blanco y negro, ni está dominada únicamente por la dimensión geopolítica. Pierde el que lo ve así. También el que se queda anclado en su propio «fanatismo» en torno a sucesos trascendentales como la pandemia o la guerra en Ucrania, en una mirada sesgada que impide entender que existen tantas formas de pensar las relaciones internacionales como países en el mundo. 

Esta tesis la sostiene el antropólogo Andrés Serbin, devenido en experto en política internacional. Dice que atravesamos un «proceso de cambio» hacia nuevas formas de gobernanza global. Algo que va en línea con la emergencia de nuevas potencias del Asia Pacífico, como China e India, y otros actores internacionales que pujan por un lugar de mayor protagonismo en el tablero regido por el paradigma liberal impulsado por Estados Unidos y el mundo occidental. «Existe un cuestionamiento hacia la primacía del dólar a raíz de las sanciones impuestas a Rusia«, dice, en diálogo con PERFIL.

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Para enfrentar este desafío, el consejero del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales sugiere apuntar al «mindset» de otras culturas, es decir, conocer cómo piensan sobre sí mismos y sobre el resto. Señala que así como existen «otras formas de comprender el mundo» también las hay para desarrollar otros modelos políticos y económicos, ya sea China, India o Kazajstán.

Se trata de una mirada de política exterior anclada en el pragmatismo. Implica sacar la cabeza de la corriente «occidental» y conocer las distintas narrativas que hay sobre el mismo hecho según cada cultura. Siendo éste un proceso que puede mejorar la posición del país para «aprovechar las oportunidades que ofrece» el mundo, más allá de dónde vengan. Particularmente en un momento incierto a nivel internacional, caracterizado por un orden liberal que está en transición que tambalea por varios motivos, más allá de lo económico, y que abarcan la vuelta de la geopolítica a partir de la invasión de Ucrania, hasta nuevos desafíos globales, como la crisis climática, financiera o la disrupción tecnológica.

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Andrés Serbin es antropólogo, autor y analista internacional experto en  América Latina y el Caribe, Rusia, Eurasia, Asia Pacífico y Sur Global.​ Preside la consultora CRIES y la revista Pensamiento Propio.

Entrevista a Andrés Serbin

— ¿Cómo se combina la antropología con el análisis de las relaciones internacionales?

En la cultura occidental nos cuesta mucho entender cosas que pasan fuera de nuestro ámbito. La mirada de un antropólogo, que está entrenado para hacerlo, es realmente muy útil para tratar de interpretar lo que hacen actores que no son occidentales y que actúan desde otra perspectiva cultural para relacionarse con el mundo. 

Particularmente cuando trabajas con las narrativas lo que hay que entender es el mindset (como dicen los anglosajones), y pensar desde ahí una estrategia con respecto al mundo. La antropología sirve para esto, en un mundo en donde justamente lo que falta es un mayor conocimiento de los otros, aquellos que no hablan el mismo lenguaje y ni piensan de manera similar a nosotros. 

— La paradoja es que este escenario ocurre en la era de la información.

Si, y que termina a veces distorsionando la manera de ver otras realidades, porque muchas veces incluso la desinformación es una interpretación desde una narrativa predominante sobre otras. Creo que una de las cuentas pendientes que tenemos en América Latina es tratar de pensar en el mundo desde una manera multidisciplinaria y tener la flexibilidad de utilizar lo mejor de cada uno de los enfoques teóricos para poder entender no solamente nuestra realidad sino otras, y ver cómo nos vinculamos con ellas, más en este proceso de cambio.

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— ¿Qué define al escenario global actual?

Estamos en un proceso de transición asociado a lo que denominó la «policrisis«, que significan shocks y transiciones en distintos niveles y dimensiones que no se limitan a la geopolítica sino que incluyen lo medioambiental, lo tecnológico, lo financiero. 

Estas transiciones no van al mismo ritmo y están desarticuladas, lo que genera una situación de incertidumbre que es manejada de distintas maneras por los actores internacionales. No solamente desde una visión de relaciones de poder o económicas sino por ejemplo hay misiones civilizatorias también que entran en conflicto apoyándose en narrativas geopolíticas.

— ¿Cómo se inserta la Argentina?

Creo que hay un alto nivel de ignorancia y nos falta superarla, en el sentido de no encerrarnos únicamente en la visión occidental. Si bien es nuestro referente, es necesario asomarse a otras realidades, más en este mundo en transición y de cambios acelerados donde aparecen otros actores, no solo los rusos y los chinos, sino la India, el Asia Central. Es importante entender cómo otros piensan sobre nosotros y de esa manera poder relacionarnos para el propio interés de nuestro país o en nuestra región. Si no entendemos cómo funciona el mundo difícilmente podamos aprovechar las oportunidades que ofrece.

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La canciller argentina, Diana Mondino, viajó a China para acercar posiciones más allá de las declaraciones del presidente Javier Milei.

Hay que entender que nuestros valores nos sirven de referencia pero que no son exclusivos en el mundo sino que existen otros y otras maneras de funcionar. Esto no se reduce al enfrentamiento entre Occidente y el Sur Global, o entre los sistemas autoritarios y las democracias, sino de que hay otras formas de comprender el mundo, de desarrollar modelos políticos y económicos. La mejor prueba de eso es quizás China. Uno puede estar de acuerdo o no, pero su modelo ha resultado en función del interés chino. 

— Mencionaste un “enfrentamiento” entre el mundo occidental y actores no occidentales o que responden a otras narrativas. ¿Cómo se explica este antagonismo?

Hay una lectura elaborada y decantada a lo largo de 300 años de relación asimétrica de Occidente con el resto del mundo, donde sus valores se consideraban superiores a los de otras regiones o países. Después del fin de la Guerra Fría y desde que el declive de la hegemonía de Estados Unidos, se desarrolló un proceso muy importante de países que históricamente han sido receptores de las reglas impuestas por Occidente, pero ahora quieren ser partícipes y tener un rol más proactivo.

El Sur Global, por ejemplo, es muy heterogéneo. La gran pregunta es ¿China y Rusia son parte o son actores por sí mismos?¿Cómo encaja la India, que emerge como una potencia? De las economías más pequeñas a las medianas, todos ellos se están planteando: ¿Esto que nos imponen, que es el sistema liberal internacional, es lo que queremos para nuestros intereses? ¿Son esas reglas que aceptamos o queremos cambiarlas hacia otra forma de gobernanza global?

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Entonces tenés todo una gama de mecanismos que han aparecido de los que tenemos poco conocimiento y no damos un seguimiento sistemático porque, entre otras cosas, seguimos mirando al norte. No son solamente los BRICS, está la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la ASEAN, la Unión Económica Euroasiática. Hay varios varios espacios multilaterales en el ámbito no occidental que funcionan bastante bien, particularmente en temas de seguridad y cooperación económica.

Hay indicios de que parte de esta transición del orden global tiene que ver con la redefinición del sistema financiero creado en Bretton Woods en 1944, con el FMI y el Banco Mundial a la cabeza. A tal nivel que varios países emergentes proponen nuevos mecanismos de intercambio de monedas. ¿Cuál cree que es el futuro del dólar?

La agenda de los BRICS tiene que ver con eso, por un lado desarrollar mecanismos en el ámbito de la gobernanza financiera y económica que no necesariamente sean alternativos sino complementarios a los de Breton Woods, pero que respondan a los intereses de los países del ámbito no occidental. Y segundo, dada la supremacía histórica del dólar, la búsqueda de otra forma de intercambio que no pase por el dólar plantea no solamente la desdolarización de las economías sino también la utilización de la propia moneda con algún respaldo, como el oro o combustible. 

Lo que sí estamos viendo es que existe un cuestionamiento hacia la primacía del dólar a raíz de las sanciones impuestas a Rusia por la guerra en Ucrania, que aceleró este proceso. Cuando se impusieron las sanciones contra Rusia ésta empezó a hablar con sus interlocutores más cercanos para que el intercambio se mida en rublos, yuanes o rupias. De ahí sale la idea de los BRICS de crear la moneda 5R. Hay una diversificación en lo financiero que la extendería hacia otros campos, como las relaciones internacionales, por eso yo no soy partidario de alineamientos automáticos con nadie sino de utilizar todas las oportunidades que ofrece el sistema internacional para mejorar la posición del país en beneficio de su población.

— Con la guerra en Ucrania, Rusia se llevó puesto al derecho internacional público, sobre todo las convenciones sobre la guerra, dañando a su vez la imagen de las instituciones multilaterales. ¿Se trata de un punto de inflexión?

Hubo una serie de tendencias a largo plazo que fue el desplazamiento del dinamismo económico del Atlántico y de Occidente hacia el Asia Pacífico. Dentro de ese proceso desde la crisis de 2008, que permitió avanzar sobre eso con la participación de las economías emergentes, tuvimos dos puntos de inflexión que marcaron la irrupción de la geopolítica. El primero es la pandemia (de coronavirus), cuando aprendimos que nos llegaban las vacunas en función del alineamiento o no nos tocaba para nada.

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Y el segundo es la guerra en Ucrania, porque además existen narrativas dominantes tan contrastantes respecto a cómo interpretar el conflicto, sea de Rusia u Occidente. Yo no digo que una sea buena otra sea mala, lo que estoy diciendo como analista es que hay que tener en cuenta que son narrativas distintas, y a menos que uno sea un fanático no hay que aferrarse a ninguna sino a conocer cuáles son las causas del conflicto local.

— La guerra en Gaza, las violaciones a los instrumentos jurídicos internacionales por parte de Israel y la escalada con Irán, ¿también forman parte de este paradigma de cambio?

Más allá del acto repudiable de Hamas, estamos ante la presencia de un conflicto entre un estado y una organización no estatal terrorista, en segundo lugar realinea a los actores en Medio Oriente y tensa la relación entre las potencias regionales. Acá empieza el problema de cómo se alinean los que están afuera. 

Nosotros tendemos a ver en plano internacional un conflicto que pareciera que fuera entre Irán e Israel, pero los dos países tienen conflictos internos que condicionan su política hacia afuera. (Benjamin) Netanyahu es el mejor ejemplo, necesita estar en estado de guerra para mantenerse en aras de su alianza con los sectores más radicales de la derecha. Por eso tiene esa reacción de la población del estado de Israel.

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Andrés Serbin dice que la pandemia y la guerra en Ucrania son el punto de inflexión del proceso de cambios actual.

— Hay quienes comparan el alineamiento del gobierno de Javier Milei con Estados Unidos e Israel con la política exterior de la década del noventa. En virtud de los antecedentes, ¿está Argentina en una posición de riesgo frente al terrorismo internacional?

Desde hace muchos años estamos en una posición de riesgo. En principio yo creo que un acercamiento con Estados Unidos sin desvincularse ni poner en peligro la relación con otros no está mal siempre y cuando entendamos que estamos en el mundo occidental. Los alineamientos ya más específicos de carácter ideológico con uno con otro tienen que ser desde una visión muy pragmática, es decir, estamos con este porque nos conviene, nos beneficia y da resultados para nosotros; no porque tengamos una identidad ideológica porque con eso volvemos a la Guerra Fría.

En política exterior no son necesarias las estridencias, sino la efectividad y el pragmatismo. Ahí se complejiza la cosa cuando tienes declaraciones muy fuertes por un lado y por otro lado la necesidad de ir de alguna manera bajando el tono para mantener la relación. En política exterior siempre hay que ir de una manera mucho más cauta y sin estar de alguna manera agitando excesivamente las relaciones.

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— Hablando de las distintas formas de ver lo mismo, existe una narrativa regional que concibe a Venezuela, Nicaragua, y Cuba como regímenes autoritarios. ¿Qué opinas sobre esa visión?

Son tres casos distintos. Es evidente que ha habido una deriva autoritaria en el caso de Venezuela y Nicaragua. En Cuba es otro proceso de mayor complejidad que comenzó con las mejores intenciones pero se volvió un fracaso político. Ahora están viendo cómo salir de la dramática situación económica, entre otras cosas porque la elite político militar tiene que percatarse de que tiene que generar un cambio.

Las elites en los tres casos se dan cuenta que, más allá de las presiones de los actores externos, hay que aceptar algún tipo de cambio porque si no van a perder las prebendas que tienen, el caso de Venezuela es claro, ha jugado muy bien tácticamente la oposición. Las presiones externas no se han limitado solamente a Estados Unidos, Petro y Lula también han hecho lo suyo. La situación más dramática es la de Nicaragua, donde ni siquiera se vislumbra una salida democrática.

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