Rodeado de ministros y magistrados, y al lado de su vice Geraldo Alckmin, el presidente Lula da Silva asistió esta mañana al desfile oficial por el Día de la Independencia, con un rostro que por momentos reflejaba una inocultable preocupación. No fue el mejor día para el jefe de Estado, que el viernes a última hora debió despedir a uno de sus ministros, Silvio de Almeida. La contrariedad se vio sin embargo aliviada por las muestras de afecto y entusiasmo de miles de brasilienses. Del lado opuesto del espectro político, el expresidente Jair Bolsonaro reveló, una vez más, ser el hombre con mayor de convocatoria de la ultraderecha: lo demostraron las decenas de miles de partidarios que logró atraer a la avenida Paulista, en la ciudad de San Pablo.
Para Lula, este día sirvió para reforzar el concepto y la práctica de la democracia. “No se trata solo de votar en las elecciones. Es luchar por la conquista de derechos; es el derecho a comer tres veces al día, vivir en un lugar digno, tener buen empleo, un salario justo y conquistar un futuro para nuestros hijos” sostuvo. Pero también describió aquello que no se ajusta a un proceso democrático: “La democracia no es un pacto de silencio. Es el debate entre opiniones divergentes; el diálogo y la convivencia civilizada entre opuestos. No da derecho a mentir, a esparcir el odio y atentar contra la voluntad popular”.
Lula echó a su ministro de Derechos Humanos, por acusaciones de acoso sexual
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Como una contraluz de ese proyecto de país, reapareció en la Paulista aquella masa ultraderechista de antaño, alentada precisamente por las consignas contra el enemigo número uno de Bolsonaro: el juez del Supremo Tribunal Federal (STF), Alexandre de Moraes.
Ahora, el bolsonarismo pide el juicio político que lo destituya de la Corte, como quedó reflejado en las pancartas y en el propio discurso del exmandatario. En sus enfoques, y sentimientos, Moraes es un “dictador” que le ha “prohibido” entre otras cosas, presentarse como candidato al expresidente hasta el 2030. El eje de las vociferaciones, pasó esta vez a ser “Fuera Xandón” (una forma oblicua de llamar al magistrado), así como en el pasado lo fueron Dilma Rousseff y el propio Lula. Como sea, la extrema derecha brasileña continúa viva y entrelazada con el líder Bolsonaro; y esto revela que no fue un fenómeno político pasajero.
El gobierno, entre tanto, trata de absorber sus propias desgracias. El caso del ahora exministro Almeida, de Derechos Humanos, se ha convertido en un punto de crisis. Acusado de asedio sexual, especialmente por una de sus colegas: la ministra de Igualdad Racial Anielle Franco, “es la situación más delicada que le tocó vivir al Palacio del Planalto, especialmente porque se trata de una confrontación entre dos figuras negras en ministerios claves”. Se estima que ella puede haber sido una de las víctimas, aunque no lo ha confirmado. Con todo señaló: “Reconocer la gravedad de esa práctica y actuar rápidamente es el procedimiento correcto. Por eso resalto la acción contundente del presidente Lula”.
Otro punto de “debilidad” presidencial en el desfile de esta mañana en Brasilia fue la ausencia de Rosángela Lula da Silva, la primera dama. Debía en principio participar junto con el presidente en este acto central del país. Pero resolvió viajar a Qatar, donde fue invitada especialmente por la esposa del jeque Tamin Bin Hamad Al Thani. La señora Janja, como es conocida en Brasil, irá a participar del Día Internacional para Proteger la Educación. “Fue un convite que reconoce la voz activa de Janja en relación al conflicto de Gaza y a sus consecuencias para la población civil” indicaron los asesores de prensa.
Gi