La culpa de la cúpula

Si Israel no tuviera la Cúpula de Hierro, sus golpes tácticos y estratégicos contra la teocracia chiita en Irán, contra Hezbolá en el Líbano, contra los hutíes en Yemen y contra Hamás en la Franja de Gaza causarían menos denuncias y repudios en el mundo.

Si los ciudadanos israelíes no fueran avisados por sistemas de alarmas que incluyen llamadas telefónicas a cada uno en un su celular, refugios antiaéreos al alcance de todos y el dispositivo de misiles antimisiles que intercepta proyectiles enemigos en vuelo, el mundo llevaría años viendo postales desoladoras de edificios destruidos y miles de muertos en las calles de Tel Aviv, Ashkelon, Beersheba, Sderot y demás ciudades de Israel. Tan dantescas como las que dejan los bombardeos israelíes en ciudades palestinas donde los civiles están desprotegidos por la milicia que impera sobre ellos, sin alarmas que les anuncien los ataques, sin refugios antiaéreos y sin defensa antiaérea.

Escalada entre Irán e Israel

Esa intemperie es la corresponsable, junto con las bombas israelíes, de la tragedia que muestran las postales que indignan al mundo. Sin todos los sistemas de protección de civiles que tiene Israel, además del formidable “Iron dome”, los miles de misiles entregados por Irán y lanzados desde el Líbano, Gaza, Yemen, Irak y Siria, habrían causado inmensas destrucciones y matado a miles de israelíes.

Por cierto, también la lluvia de misiles lanzados desde la mismísima Irán en abril y el martes primero de octubre habría plagado el mundo de postales dantescas en las que las víctimas serían israelíes. Esos misiles disparados por el régimen de los ayatolas, que ya lleva lanzado más de medio millar de proyectiles y drones contra Israel, son en su casi totalidad interceptados por los misiles anti-misiles que protegen las ciudades y los ciudadanos israelíes.

Escalada entre Irán e Israel

En el último ataque iraní, muchos proyectiles fueron apuntados a la sede del Mossad, en el populoso suburbio Ramat Hasharon, al norte de Tel Aviv; a Dimona, donde está el Centro de Investigación Nuclear de Néguev, y a las bases aéreas de Nevatim (desde donde se lanzó el ataque contra el consulado iraní en Damasco) y de Khatzirim, ambas en el sur. Posiblemente, la Cúpula de Hierro está calibrada para proteger esos puntos estratégicos y todos los centros urbanos (ciudades, aldeas y kibutzim), ahorrando misiles anti-misiles con los proyectiles que los radares que trazan trayectoria describen con rumbo a espacios abiertos y despoblados.

De no ser por la eficacia de la Cúpula de Hierro, el mundo llevaría años viendo cadáveres y destrucción en Israel. Que la defensa antiaérea los intercepte en vuelo no quiere decir que esas lluvias de misiles no hayan sido lanzadas hacia centros urbanos israelíes. Si Israel no fuera exitosa defendiendo a su población, generarían menos repudio sus ataques sobre Gaza, Yemen, Irán, Líbano, Irak y Siria. En alguna medida, la culpa que le asigna buena parte del mundo a Israel es, indirectamente, defenderse y proteger a su pueblo de los misiles que le lanzan enemigos que, a su vez, no protegen a sus propias poblaciones.

Escalada entre Irán e Israel

Esto no implica que no haya crímenes israelíes. Los miles de niños que han muerto y que han perdido hermanos, padres y hogares en la Franja de Gaza constituyen, objetivamente, un crimen israelí, aunque más despreciable resulte que esas muertes y devastación sean la estrategia de Hamas para estigmatizar a los judíos.

Aunque no existiera otra alternativa, la muerte de niños denuncia, por sí misma, el crimen de la operación israelí tras el pogromo sanguinario perpetrado por Hamas el 7 de octubre del 2023. También es un crimen del gobierno extremista que encabeza Netanyahu la multiplicación de asentamientos en Cisjordania y la brutalidad de los colonos con los palestinos de la rivera occidental del río Jordán. Aún así, es significativo que quienes en el mundo repudian las bombas israelíes porque alcanzan sus blancos, no repudien las bombas islamistas porque son interceptadas antes de caer.

Netanyahu

Si sumaran a su mirada del conflicto el enfoque en el que se ve claramente que la menor cantidad de víctimas y daños civiles en Israel no se debe a que sus enemigos islamistas no lancen ataques devastadores, sino a que Israel protege a su pueblo de esos bombardeos, entonces valorarían de otro modo que en los últimos años los israelíes lograran matar a tantos líderes terroristas y jefes militares enemigos en Irán, Líbano, Irak, Siria y la Franja de Gaza.

Desde el asesinato en Siria de Imad Mugniyah, un alto mando de Hizbolá, al que se sumó el asesinato del general Qassem Suleimani, jefe de la Fuerza Quds, por un ataque norteamericano guiado por las coordenadas provistas por la inteligencia militar israelí, habrían recibido menos críticas en el mundo.

Los casos son incontables. Incluyen los asesinatos de Abbas Nilforushan, el general iraní que asesoraba a Hezbollá y aplastaba rebeliones separatistas en Sistán y Baluchistán; el jefe político de Hamas, Ismail Haniye, en Teherán, y varios cabecillas más en Gaza y en Líbano; el encargado de seguridad interna de Hezbolla, Nabil Qaouk; el jefe de la fuerza de elite Radwan, Fuad Shukr, y también su sucesor, Ibrahim Aqueel, además de Hassan Nasrallah, máximo líder del brazo libanés del régimen iraní desde la eliminación del líder anterior, Abbas Mousavi, alcanzado por un helicóptero artillado en 1991.

Escalada entre Irán e Israel

Todos esos golpes quirúrgicos, aunque muchos de ellos con víctimas inocentes, serían vistos más cómo logros de Israel que como crímenes, en una guerra en la que el Estado judío no dispara más misiles que los que le disparan a su territorio. El bombardeo del martes primero de octubre tranquilizó durante un par de horas a Hezbolá, que ya empezaba a sentirse abandonado por la potencia que la mantiene armada y financiada.

Igual que el ataque iraní de abril, lanzado como respuesta al bombardeo israelí que destruyó el consulado persa en Damasco y mató al alto mando de la Fuerza Quds, general Mohamed Reza Zahedi, el segundo bombardeo a Israel acabó con un silencio de Teherán que empezaba a preocupar a sus proxies.

La inacción que terminó el primer día de octubre parecía vinculada a que la respuesta israelí al primer ataque de Irán fue tan quirúrgica y exitosa sobre los radares que activan las defensas antiaéreas de los centros nucleares de Natanz, Izfahan, Arak y Busherhr, que más que un ataque constituyó un mensaje contundente. Ese mensaje parece decir “hoy destruimos los radares que protegen los centros de actividad nuclear, lo que demuestra que, si así lo decidiéramos, mañana podemos destruir las centrales atómicas y todos los sitios de desarrollo de vuestro proyecto nuclear”.

Hezbollah

Quizá la señal más alentadora para Israel es que al segundo ataque lo realizó exclusivamente la Guardia de la Revolución, que depende directamente del ayatola Jamenei, sin participación alguna del ejército nacional, que depende del gobierno que encabeza el moderado presidente Masoud Pezeshkian. Posible señal de fisura en la teocracia chiita.

La inacción de Irán tras golpes de tanta sofisticación tecnológica y ostentación de calidad en las operaciones de inteligencia, como la detonación masiva y simultánea de beepers y la seguidilla de bombardeos que decapitaron a Hezbollah, preocupó a los proxies. Matar a Sayyed Hassan Nasrallah y diezmar la cúpula terrorista sonó a señal de decisión de acabar con Hezbollah, y la parálisis en Teherán resultó inquietante en los suburbios de Beirut, el valle de la Bekaa y el sur del Líbano, donde se asientan las comunidades chiitas.

La incertidumbre terminó al producirse el segundo ataque iraní. Pero el saldo de esa lluvia de misiles no les devolvió la confianza en la fuerza de la República Islámica para derrotar a Israel.

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