“Brasil devalúa”. La voz de alerta que le dio la estocada inicial a la convertibilidad en enero de 1999 se convirtió en una realidad que desnudó la cáscara vacía en que la proclamada integración regional chocó con las urgencias de la política económica de cabotaje. La emergencia no era menor: en aquel momento, como ahora, Brasil era el socio comercial relevante y una devaluación empeoraba los términos de intercambio de la economía argentina, agobiada de impuestos en época de un dólar barato. La historia amenaza repetirse este año.
Origen
El Mercosur cumplió este año cuatro décadas desde que inició los pasos firmes hasta la formalización de su integración regional. Sin embargo, lo que pareció un auspicioso camino hacia una complementariedad y expansión del espacio económico común no pudo sortear la crónica inestabilidad económica de los integrantes mayores (Brasil y Argentina). Lo que, en otras referencias internacionales, como la Unión Europea o el NAFTA (México, Canadá y Estados Unidos) fue un armado institucional, aduanero, fiscal y hasta monetario (con los países de la zona del euro), en América del Sur sufrió los avatares de las políticas económicas descoordinadas y la velada intención de canibalizar el mismo mercado común.
El replanteo de la apertura de la fortaleza aduanera en que se fue convirtiendo el Mercosur con protecciones arancelarias y para arancelarias sobreviene en momentos en que también se resquebraja el modelo económico brasileño con el que logró salir de la hiperinflación, primero y del estancamiento económico luego, aún con signos políticos antagónicos en el poder. Como señala Jorge Colina, economista de IDESA, las exportaciones argentinas hacia el Mercosur bajaron del 29% del total en la década 1995 a 2004 al 26% en la siguiente y a sólo 20% en la última (2015-2024)
El espejo
Para Jorge Vasconcelos, economista jefe del IERAL, el país vecino constituye un ejemplo cercano de lo que denomina “reformas a medio hacer” y resultados positivos, pero no extraordinarios, “A partir de 2016 y hasta el 2024, el PBI de Brasil creció a un ritmo del 1,9 % anual acumulativo y el empleo privado formal lo hizo al 1,4 % anual, a partir de una reforma laboral profunda y la fijación de un techo al gasto público que en los primeros años posibilitó una caída simultánea de la inflación y de la tasa de interés”, explica. El contraste con Argentina es notable, verificado por el lado del comercio exterior: entre 2016 y 2024 se observó en el incremento del 23,4 % anual de las exportaciones de petróleo; de 11,2 % del complejo minero; de 9,9 % anual de las exportaciones agropecuarias y del 7,9 % de celulosa.
Por su parte, Marcelo Elizondo, director de la consultora DNI y presidente del capítulo argentino del International Chamber of Commerce, el desequilibrio de Brasil terminó generando lo que califica como una “una minicrisis”. A su juicio, en realidad no está devaluando su moneda estratégicamente para ser más competitivo, sino que está sufriendo la presión del mercado contra el real por la desconfianza con relación a la política fiscal que está anunciando el Gobierno. Por lo tanto, esto podría generar una desaceleración de la economía, que hoy viene creciendo a 3,5%. Quizás una suba de la tasa de interés de parte del Banco Central de Brasil, que allí es autónomo (incluso con una autoridad que viene de antes del actual mandato de Lula y a la que Lula quiere sacar con su correspondiente ruido político) empeora el déficit financiero del Gobierno.
“El mercado está nervioso. Brasil está ante una ola de desconfianza de parte del mercado, cierta salida de capitales, venta de acciones y de títulos públicos, con un déficit presupuestario muy alto de casi 10% del PBI con gran componente del déficit financiero”, argumenta Elizondo. Esto podría generar una desaceleración de la economía brasileña si no se gestiona correctamente a tiempo y si el Gobierno no recupera la confianza, porque el mercado está creyendo que está prevaleciendo la política sobre la calidad fiscal.
En un país con una economía que cuadruplica la dimensión de la argentina, esto induce a la administración Lula a priorizar la política económica interior y postergar cualquier discusión sobre el futuro del Mercosur que, además, no tiene mucha urgencia por modificar. Una clara muestra de la descoordinación de política internas porque con diferente timing Uruguay, Paraguay y ahora Argentina plantearon la “internacionalización” del Mercosur. De algún modo Brasil se rehusó, salvo en el caso del postergado acuerdo con la Unión Europea.
Vecinos
La preocupación de Brasil por salvar sus desequilibrios internos es una jugada que tendrá su impacto negativo en el resto de las economías de la región, pero particularmente, una vez más, podría golpear a Argentina en momentos en que la política cambiaria está en la lupa del Fondo Monetario Internacional. Una desaceleración de la actividad económica brasileña reduciría las exportaciones argentinas a ese destino, pero también podrían generar una competencia adicional en el mercado global.
El déficit de las cuentas públicas en Brasil en el interanual de octubre subió a 1,09 billones de reales (US$181.000 millones), el equivalente al 9,5 % del PBI, según los últimos datos del Banco Central de ese país. La brecha negativa venía cayendo desde un 10 % del PBI en julio hasta el 9,3 % del PBI en septiembre, pero pegó otro salto en octubre.
En 2022, último año del gobierno de Jair Bolsonaro, el déficit había sido del 4,6 % del PBI, pero saltó hasta el 7,7 % del PBI en 2023 (primer año de Lula) con el aumento de los gastos públicos, sobre todo en diversos programas sociales. Para este año las estimaciones prevén un déficit del 10% del PBI y este desajuste movilizó al Gobierno a
un ambicioso programa de reducción de gastos con el que espera un ahorro de US$11.700 millones en los dos próximos años. Algo que no terminó de conformar ni a los mercados ni a su propio sostén político. El ministro de Hacienda, Fernando Haddad, sostuvo que la meta es poder concluir 2025 sin déficit primario en las cuentas públicas (algo ya prometido e incumplido para el año pasado). El déficit primario (antes del pago de los intereses de la deuda), fue de unos US$36.900 millones en el interanual de octubre, que equivale al 1,95 % del PBI. Pero la deuda pública, subió hasta 9 billones de reales (US$1,48 billón) que equivale al 78% del PBI, casi 4% más que el stock acumulado en diciembre pasado. Todo un reto en momentos en que las tasas de interés podrían subir a nivel global y la doméstica, fruto de la desconfianza instalada.
La coyuntura argentina, en cambio, transcurre por un carril diferente. El grueso del ajuste fiscal y la desaceleración en la necesidad de financiamiento interno ya se realizó. El riesgo país se mantuvo alrededor de los 750 puntos básicos, la brecha cambiaria cayó por debajo del 9% y con la última licitación del Tesoro se terminó de “rollear” casi el 100% de los vencimientos de noviembre convalidando así una caída en la tasa de interés de las Lecaps a la zona de 2,6/ 2,7% mensual, por debajo de la tasa de política monetaria (2,9% mensual) y una extensión de los plazos de la deuda de pesos. En este contexto, la actividad ya muestra signos de haber dejado atrás el piso y, aunque de manera desigual, va recuperando los niveles del año pasado.
Según estimaciones del IERAL, con los datos de nivel de actividad hasta setiembre y evolución de las cuentas del comercio exterior hasta octubre 2024, se confirma que el piso de la recesión se ubicó en abril pasado, y que el rebote en cinco meses ha sido del 4,0%, según la variación del estimador desestacionalizado. En ese período, las importaciones no energéticas pasaron de US$4.500 millones a US$5.800 millones (+29,6%). Desde abril, por cada punto de recuperación del PBI, el aumento de las importaciones no energéticas fue de nada menos que 7,5 veces, derivado de las restricciones preexistentes para el comercio exterior. Pero también puede estar adelantando un “sesgo pro-importaciones” del actual rebote de la recesión. La batalla en el frente externo recién empieza y los productores locales lo saben.