Es de noche y seis F16 israelíes sobrevuelan el Valle de Aravá, en el sur de Israel, cerca de la frontera con Jordania. El termómetro acaricia los 40 grados. Rocas, tierra y polvo completan el paisaje árido y desértico, que se extiende desde el sur del Mar Muerto hacia la ciudad de Eilat. Los sentidos, sin embargo, engañan: la región en un oasis agropecuario y uno de los motores de la economía israelí.
Cuando sale el sol, el calor es insoportable. El único lugar agradable es el invernadero, donde la temperatura oscila entre 28 y 30 grados. Allí, un sistema de refrigeración recrea las condiciones climáticas ideales para la producción de calabazas, melones y sandías.
El Aravá genera el 60% de las frutas y verduras que exporta Israel, la mayor parte a Europa. Plantadas en surcos rellenos de tierra fértil, son alimentadas por un complejo sistema de irrigación por goteo, pese a la escasez de agua en la región. Con veranos cálidos y largos y precipitaciones que apenas alcanzan los 30 milímetros al año, las condiciones parecen extremadamente hostiles para la agricultura. Sin embargo, la inversión en investigación y desarrollo posibilitó el “milagro” en el Aravá.
El Vidor Center, localizado en la región central del valle, es una muestra de ello. Cientos de visitantes de Asia y África llegan para estudiar las técnicas agrícolas en el desierto.
Yonatan Narisna, un hijo de argentinos que emigraron a Israel en 1970, es el director del lugar, que, según indica su logo, constituye “una ventana a la agricultura del Aravá”. “La calidad del agua no es buena, hace mucho calor y la tierra es salada. Pero la cosa más buena que tenemos acá es el sol. Cuando hace frío en Europa y Rusia, cuando allí está nublado, llueve y es muy difícil producir, acá hay sol, mucho sol”, explica a un grupo de periodistas invitados por la ONG Fuente Latina.
El riego es el factor clave que explica la agricultura en el Aravá. «Sacamos el agua de pozos, algunos llegan a un kilómetro y medio de profundidad”, agrega. El líquido, oro puro en medio del desierto, es tratado en plantas de desalinización.
El tour por el Vidor Center incluye la proyección de una película 3D sobre la historia de la región, una visita al museo interactivo, donde se detallan cuáles son los métodos biotecnológicos para combatir las plagas, y un recorrido por los invernaderos. Decenas de flores violetas, rojas y amarillas, que también son exportadas a Europa, interrumpen el monocromático verde de las hojas. Colonias de abejas son utilizadas para la polinización. “Dentro del invernadero no hay viento, no hay animales. ¿Quién hace la polinización? Tenemos que poner abejas porque son muy buenas para eso”, revela Yonatan.
Una voz en off locuta la película que emiten en el Vidor Center. El narrador es un árbol centenario, que explica la mutación del desierto en un oasis. Cuando termina el filme, Yonatan prende las luces del auditorio. “Sólo falta que hablen los árboles”, suelta una periodista, entre irónica y sorprendida.