La macridiplomacia no alcanzó

La política exterior del presidente Macri ha buscado restablecer y/o redefinir las relaciones internacionales de la Argentina en forma altamente visible. Un aspecto crítico de la política exterior ha sido la diplomacia presidencial –la macridipomacia–. Otro aspecto importante ha sido seguir una estrategia de “horizontes diversos”, es decir el procurar tener relacionamientos simultáneos y positivos con las potencias establecidas, las emergentes y el exterior próximo. Estos aspectos se han manifestado a través de los dos éxitos en materia de política exterior: el G20 y el acuerdo Mercosur-Unión Europea. Sin embargo, los resultados concretos en términos de la contribución al desarrollo económico de esta política exterior no han sido proporcionales a los triunfos diplomáticos.

La presidencia del G20 en 2018 sirvió para reafirmar la voluntad de trabajar con todos los países con interés en cooperar con la Argentina. En esta diplomacia de líderes, creada no para salvar el orden mundial actual sino para ir ajustándolo y mejorándolo, se hicieron sentir las relaciones de poder actuales por sobre las del pasado. En este contexto, el sherpa argentino Pedro Villagra Delgado trabajó con gran profesionalismo para encontrar posiciones comunes entre potencias establecidas y emergentes. Por su parte, el canciller Faurie se destacó al lograr acuerdos en las delicadas negociaciones económico-comerciales en Mar del Plata, en medio de un tenso contexto global.

Así, ante el conflicto comercial y tecnológico entre EE.UU. y China, la Argentina eludió las presiones domésticas e internacionales para elegir entre una y otra potencia. En efecto, luego de los esfuerzos iniciales del canciller Faurie por desmentir lo expresado por el equipo del presidente Trump con respecto a las conductas depredadoras de China, el presidente Macri lo respaldó. Este último agregó además que, a pesar de la opinión de algunos periodistas, no veía a China como una amenaza, sino como una oportunidad, y que había que trabajar con todos los países dispuestos a colaborar con nuestro país.

Macri sería sumamente efectivo en el G20 en su interacción personal con los líderes de potencias establecidas –como Trump, Macron, Merkel y Trudeau– y de potencias emergentes –como Xi Jingpin y Putin–. Pero también prestaría atención al exterior próximo, invitando al presidente Sebastián Piñera de Chile al G20 en Buenos Aires, y presentando en Osaka a los presidentes Bolsonaro y Macron. Este encuentro presidencial ayudaría a destrabar algunos desacuerdos y sería decisivo para arribar al acuerdo Mercosur-Unión Europea (UE) que, en paralelo, se negociaba en Bruselas.

Un decidido presidente Macri aprovecharía su rol de líder temporario del Mercosur, su pertenencia a la troika del G20 y el prestigio ganado por haber organizado con éxito el G20 en Argentina para llegar a un acuerdo Mercosur-UE en un contexto complejo. El secretario de Estado norteamericano George Marshall, padre del plan para revitalizar Europa luego de la Segunda Guerra Mundial, decía: “El don más escaso que los dioses alguna vez dieron al hombre ha sido la capacidad de decidir. En la cima no hay opciones fáciles. Se debe elegir entre dos males, uno menor y uno mayor, cuyas consecuencias son difíciles de evaluar”. En el caso de Macri estos eran, por un lado, los costos iniciales y en términos de empleo de aumentar nuestra productividad sistémica y de reconvertir y digitalizar nuestra industria, para competir con la UE. Por el otro, el costo a mediano y largo plazo de no aprovechar la ventana de oportunidad que se abre y mantener el Mercosur cerrado a la competencia europea o, peor aún, de mantenernos al margen del acuerdo, mientras Brasil, Uruguay y Paraguay lo adoptan para sus países.

El desafío de nuestra política exterior es ahora evolucionar del “salto de fe” que representa el acuerdo Mercosur-UE a un salto de tipo institucional y competitivo, para poder sacar provecho de este acuerdo. Para ello será crucial el trabajo conjunto entre la Cancillería y el Ministerio de Producción, creando instrumentos efectivos para que ambos tengan más influencia sobre las decisiones económicas que impacten el comercio exterior. Esto es importante, ya que lamentablemente prevaleció durante esta presidencia, y más allá de las recurrentes declaraciones oficiales, una nítida óptica financiera por sobre una visión productiva y exportadora.

Para reducir la incertidumbre provocada por este “salto de fe” habrá que basarse menos en expresiones de deseos y más en planes concretos con posibilidades ciertas de ser realizados. Así habrá que determinar quién defenderá en forma efectiva dentro del gobierno las tres condiciones que el ex ministro chileno Büchi considera críticas para impulsar las exportaciones: mantener un tipo de cambio real alto, no exportar impuestos e impulsar la promoción comercial. Con respecto al tipo de cambio, debería ser de utilidad un aspecto mencionado en la iniciativa Exportar para Crecer de Cippec (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y e Crecimiento). Allí se recomienda especificar en la carta orgánica del Banco Central la responsabilidad de éste de velar por el equilibrio de la balanza de pagos, es decir mantener el valor del peso a niveles que ayuden a impulsar, y no limitar, las exportaciones.

Si en paralelo a un salto institucional y competitivo se implementa una estrategia exportadora exitosa, el acuerdo Mercosur-EU puede ser un paso decisivo en la ejecución del componente económico de una estrategia de “horizontes diversos”. Esta debe ir más allá del endeudamiento diversificado actual, para finalmente materializarse en inversiones y exportaciones. De esta manera se podrán lograr resultados que estén más acordes a los esfuerzos y los triunfos de nuestra diplomacia.

*Autor de Buscando consensos al fin del mundo: hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).

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