Al cumplirse dos años del inicio de la llamada “operación militar especial” desplegada por Rusia en Ucrania, múltiples narrativas intentan dar cuenta, desde sus respectivas perspectivas, de la situación actual del conflicto y de su evolución futura. Como es habitual en las narrativas de este tipo, desde distintas posiciones y visiones, el análisis de los hechos intenta promover interpretaciones que refuercen las distintas posiciones y, en este caso particular, la visión de Occidente y la percepción rusa de la situación.
Sin duda, en el plano militar, luego de la reciente toma de Ardivka por las tropas rusas y la declaración del nuevo jefe de las fuerzas ucranianas Syrski, quien, luego de la frustrada contraofensiva ucraniana del año pasado y del reemplazo del general Zaluzhny pese a sus altos índices de popularidad entre la población ucraniana, ha declarado que Ucrania pasaba de una estrategia ofensiva a una defensiva, todo pareciera indicar que, pese a la insistencia de algunos analistas sobre una situación de impasse y una prolongación de la guerra de desgaste, prevalece la asimetría existente en el poderío bélico de ambas partes a favor de Rusia. Pese asimismo al profuso flujo de armamento, suministros y fondos por parte de Occidente a Ucrania –actualmente amenazado por el debate en el Congreso estadounidense sobre la continuidad de la ayuda a Kiev–, esta asimetría –que incluye no solo el desarrollo de las capacidades bélicas respectivas sino también la potencial superioridad rusa debido a su armamento nuclear hasta ahora no utilizado en el conflicto– signa, en el marco de una creciente reconversión de la economía rusa a una economía de guerra, la superioridad creciente de Rusia frente a una fatiga incremental de los aliados de OTAN en su involucramiento en el conflicto y al desplazamiento de la atención geoestratégica y mediática al conflicto de Gaza.
En términos económicos, pese a 13 rondas (la más reciente de hace dos días) de sanciones económicas occidentales a Rusia, el efecto bumerán de estas sanciones se ha hecho evidente: mientras que para 2024 se pronostica un crecimiento de la economía rusa del 2,6%, las economías europeas y particularmente la economía alemana –motor de la economía europea– se han contraído a dos años del inicio del conflicto y han generado un proceso de desindustrialización favorable al socio mayor –Estados Unidos. Por su parte, Rusia ha reorientado sus vínculos comerciales hacia Asia– particularmente con un incremento impactante de sus intercambios comerciales y financieros con China, pero también con India y otros países del ámbito euroasiático, como socios relevantes de esta reorientación “hacia el Este” iniciada por Moscú hace dos décadas, configurando un complejo mosaico de vínculos y de alineamientos.
En el plano geopolítico, la guerra en Ucrania ha contribuido a acelerar una transición global que realinea a los distintos actores: mientras que Estados Unidos intenta mantener su supremacía en el marco de un sistema unipolar, las economías emergentes han mostrado un mayor protagonismo en el sistema internacional clamando por una reforma de los mecanismos de gobernanza global y por un reforzamiento del multilateralismo para contrapesar esta supremacía y para introducir cambios significativos frente al desgaste del derecho internacional y de un orden internacional “basado en normas”. No solo la consolidación y expansión de los Brics son muestra de ello, sino también la ampliación y proyección de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la consolidación de la Asean y la emergencia de múltiples mecanismos de cooperación entre las naciones del Sur Global –incluyendo la Iniciativa de la Franja y de la Ruta (BRI) impulsada por China–. Junto a la creciente aspiración de nuevos protagonistas internacionales de participar en la formulación e implementación de nuevas reglas de juego a nivel internacional, crece una diversificación y una complejización de los alineamientos geopolíticos internacionales en un mundo que, pese al desorden que caracteriza esta transición, tiende a configurarse, en su creciente fragmentación, como multipolar.
Sin embargo, el impacto de dos años de guerra en Ucrania no se agota en estas dimensiones y en los cambios que se desarrollan en su ámbito –a nivel político doméstico también han tenido un impacto decisivo entre los actores protagónicos del conflicto–. Mientras que Putin avanza con una reelección presidencial asegurada por la neutralización, represión y emigración forzada de la oposición no sistémica –como lo evidencia la muerte de Navalni–, con una popularidad que no ha sido afectada por la guerra en Ucrania según los datos de las últimas encuestas, en Occidente el panorama se presenta más complejo: los Estados Unidos viven una polarización extrema ante la reedición de elecciones presidenciales que enfrenten a Biden y Trump en la cual el factor de la ayuda a Ucrania ha desempeñado un rol significativo; la coalición gobernante alemana sufre crecientes tensiones que amenazan con su fractura y los gobiernos entrantes o salientes de la mayoría de las países de la Unión Europea reflejan el impacto de dos años de apoyo de la OTAN a Ucrania en tanto –a diferencia del año pasado– el respaldo de la mayoría de su población a Ucrania tiende a disminuir y, según una encuesta reciente, solo un 10% cree que ganará la guerra. En el interín, el presidente Zelenski pospone las elecciones alegando el estado de guerra, vive una crisis interna que lleva a la salida del general Zaluzhny como jefe de las fuerzas armadas y profundiza su campaña internacional por recuperar y ampliar el apoyo occidental como un factor decisivo para poder enfrentar el avance de las tropas rusas y recuperar los territorios perdidos.
¿Y la posibilidad de una negociación o de un acuerdo que lleve a un armisticio y a finalizar el conflicto? Bien, gracias. Frustrados los intentos de un acuerdo negociado en Estambul en marzo de 2021 por la intervención directa de Occidente; cuestionadas las múltiples iniciativas de paz que de China a África y Brasil han sido propuestas por el sur global; resistida por decreto toda iniciativa de negociación con Moscú por parte de Zelenski, y convencido Putin de que la OTAN no cejará en su intento de debilitar a Rusia, la paz languidece en los ámbitos multilaterales mientras la guerra continúa, abriendo interrogantes sobre su duración y sobre el resultado final de un conflicto que ha trastocado el orden global. Como es de esperar, las narrativas respectivas persisten en sus interpretaciones y estrategias contrastantes en relación con la duración del conflicto y sobre su desenlace, mientras que las pérdidas humanas y materiales se acumulan.
*Analista internacional y presidente del Consejo Académico de CRIES.