Eduardo Porretti es embajador en el escalafón diplomático. Sin embargo, en la misión argentina en Caracas, no existe ese rango desde que Carlos Cheppi dejó la delegación en octubre de 2015 a cargo del encargado de Negocios, lugar que asumió Porretti un mes después y ocupa desde entonces. En los papeles, se encuentra acreditado ante el presidente Nicolás Maduro, pero el Gobierno que representa, el de Mauricio Macri, lo tilda de “dictador” y apoya al líder opositor Juan Guaidó. Todo eso forma la delgada línea sobre la que Porretti hace equilibrio sin red en su labor diaria. Quizás por ello se despide en su diálogo con PERFIL con un mensaje: “Nada es gratis sobre las cosas que uno hace. Ni esta conversación. No hacer nada es lo único que no trae consecuencias y yo hago muchas cosas.”
—Desde el miércoles pasado se encuentra en su residencia Richard Blanco, diputado opositor al que la Justicia venezolana acusa de “traición” por el levantamiento del 30 de abril, ¿ha solicitado asilo?
—Hay dos asilos. El territorial es cuando usted tiene un problema con un gobierno y se asila en otro país. El diplomático, cuando lo hace en la embajada de ese otro país en su territorio. El caso de Richard Blanco no es ninguno. Es un huésped…
—¿Y puede llegar a recibir más huéspedes?
—Es probable, no es decisión mía. Vivo en esta casa, pero no me pertenece, es del Estado argentino. Solo la administro.
—¿Podría sufrir la Argentina alguna represalia por esta decisión?
—Estamos preocupados. No es una decisión que sea sin costos, como cualquier otra decisión en la vida.
—Macri llama “dictador” a Maduro y el venezolano lo tilda de “cobarde”. Mientras, la Argentina reconoce al opositor Guaidó como mandatario, pero no corta relaciones con el gobierno chavista. ¿Cómo trabaja entre dos fuegos?
—Es una situación bastante… novedosa. Tratamos de manejarnos con equilibrio dentro de lo que podemos. Trabajar con realismo. Algunas labores son muy incómodas y otras, más entretenidas, siempre trabajando sobre la realidad local.
«Estuve 45 días sin luz y 25 sin agua. Nos faltó comida. La pasamos muy mal…»
—¿Mantiene diálogo con el gobierno de Maduro?
—Sí. Personalmente, tengo línea, es el gobierno ante el cual estoy acreditado y por eso debo ser muy prudente. Hablo con ellos y me preguntan qué necesito. A veces me responden, a veces, no, depende de lo que pase entre ellos y Buenos Aires y de lo que sueda acá. Es una situación muy inusual los vínculos entre Caracas y Buenos Aires, nada que uno aprenda en la academia diplomática. Requiere mucho barrio. Tengo mucha formación académica pero aquí, lo que a uno lo salva, es tener una fuerte dosis de realismo y cintura.
—¿Hay margen para una intervención militar?
—Una invasión militar no es una opción realista, moral, ética ni viable, y no debería ser parte de la conversación. Lo que enfrentamos es una situación de empate hegemónico, cuando una fuerza política tiene suficiente musculatura, capacidad institucional, innovación y agenda para frenar a otro actor predominante sin imponerse a él. Y esta acumulación de capacidades genera un empate, no importa de qué lado está la Justicia o la razón.
—¿Es el destino más difícil que le ha tocado?
—Estuve 45 días sin luz y 25 sin agua. Nos faltó comida. La pasamos muy mal… tan mal como se lo imagina. Heredé una embajada del kirchnerismo que tenía siete diplomáticos y ahora somos cuatro. Con todo, profesionalmente, es un destino extremadamente desafiante.
—¿Cerraría la embajada si se lo ordenaran?
—No me queda otra, soy un funcionario. Me daría mucha tristeza…